Esto no es sociología ni antropología, es básicamente algo personal, porque últimamente se pasa de la anécdota al todo con una velocidad pasmosa. Esa velocidad que nos consume y que nos impide disfrutar de las cosas que decimos que nos gustan. Ya hace tiempo que me di cuenta que lo que más le decía a mí hijo era rápido, rápido. En varias acepciones y formas, más sutiles y más veloces. Llegué a la conclusión de que le decía más rápido que te quiero, casi convencido. Y por algún sondeo que hice, sigue sin ser todavía sociología, no era el único.
Vamos levanta rápido a desayunar, vamos vístete rápido, vamos, vamos, corre, corre… que hoy toca lección de sentimientos en el colegio, vamos para casa, vamos para el otro lado, vamos…. Rápido, ya, tienes 5 minutos, espabila, no te despistes, corre, ¿estás por lo que estás? Y sí, a veces es necesario, pero la mayoría de las veces es gasolina para que no se sabe qué y que tiene que ver más con nuestras cosas, con nuestras urgencias que con las suyas.
Hasta llegar a desbordarnos los dos y arrepentirme. Como aquel sábado, ojito, en fin de semana, cuando pudo competir con el equipo de más edad por primera vez, y él quería disfrutarlo y yo ir rápido que habíamos quedado para celebrar con mis padres otra cosa, y le metí prisa en el vestuario. Que sí que era el penúltimo, que siempre hay otro para hablar allí está él, ¿pero no le decimos en variadas y pizpiretas formas que socialice? ¿y que gané? ¿Iba de media hora y un llanto o dos?
Y algo vamos rectificando, pero con el covid se me olvida, y este mismo fin de semana que él me buscaba yo seguía con el rápido, y en el fondo él quería estar con su padre y su padre con las velocidades y exigencias del trabajo en la cabeza y por tanto en mi vida, en nuestras vidas. Y eso me cansa para el día a día. Y al final paga él, que no tiene culpa de las exigencias laborales, que igual esa es la gasolina que cebamos por más que lo adornemos, el trabajo laboral. Le metemos la velocidad en el ADN a todo trapo desde ya.
Las relaciones con los hijos y sus formas de vivir, y luego en el colegio lecciones de sentimientos y buen vivir. Pero fuera, a toda velocidad. Pero cuantas cosas más que consideramos necesarias o cambios requieren una ralentización de nuestras formas de hacer, desde lo vinculado al consumo como los cuidados o incluso la recogida de basuras y el reciclaje.
Hacer crecer un hijo, que se vaya haciendo persona requiere tiempo e irlo probando como el pan. Y dejarles un hogar, un mundo donde vivir cambios de lentitud, desde que compramos cosas ya hechas para ir más rápido y estar más en la oficina, hasta el residuo que dejamos de plásticos y más plásticos. O ¿qué integración laboral va a ver si todo tiene que ser ya? ¿o cómo no vamos a tener tantas cajas de compras solo para compensarnos?
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