miércoles, 23 de noviembre de 2016

Pajaritos de magia para un 1 de noviembre

Estar desayunando y ver un pájaro en el balcón no quiere decir nada y tampoco es tan extraño en una ciudad como Barcelona. Este verano se nos acercaba un mirlo, pájaro negro y pico naranja, que usaba las macetas donde plantamos con el Senyoret_U lo que me va apeteciendo, como escondite para los frutos de la palmera de la calle. No colaboraba plantando sino que me destrozaba con sus trabajos los míos. La vimos hacerlo y contra los consejos de mi padre no tomamos ninguna medida más allá de poner uno de los enanitos de jardín que tenemos mirando desde dentro de casa hacía el balcón. Puse el mío, el clásico con su barba blanca y espesa y su rastrillo metálico. No acabó de funcionar y lo quité por miedo, razonable a que cayese sobre el vidrio de la puerta del balcón. Más que balcón balconcillo.

De hecho cuando voy de vacaciones lo pongo allí y el de Zeta, que es más bonito que el mío, a la entrada de la puerta. Allí los dejo vigilando en los 2 puntos débiles defensivos de nuestro hogar. Quizás los enanitos de jardín domésticos no sean para eso y no tenga sentido lo que hago, pero por ahora ha funcionado y pienso que si entra algún ladrón y se los encuentra cuando menos le hará dudar si es sensato y lógico entrar en una casa con semejantes moradores.

Hace un par de semanas vinieron unas tórtolas, he insisto que he dicho tórtolas, no palomas. Y vinieron en pareja a comer unas semillas que había lanzado sobre un tiesto. Muy bonito la verdad ver a dos tortolitos. Disfrutamos los 3 mirando mientras ellos se daban un festín romántico.

Pero el pájaro del día 1 de noviembre ha sido diferente. Era un gorrión, el animal que tiene patas y no anda, porque o vuela o da saltitos. Lo ví yo y se fue y era 1 de noviembre, pensamos que podía ser la yaya Pilar. Si aparece un pájaro por el balcón es la primera apuesta, siempre decía en algunas discusiones familiares cuando alguien le llevaba la contraria en algún asunto familiar o doméstico que ya le gustaría vernos como un pajarito que hacíamos cuando ella no estaba. Y eso podía valer mientras estaba viva, como un día como el de hoy. Me dió que pensar.

No sé si al gorrión le gustaría como le va a este nieto, no sé si cuando salió del pueblo llegaría a pensar que ella que calculaba con la cuenta de la vieja y no sabía leer tendría un nieto licenciado en matemáticas. Nunca he sabido como se lo hacía para comprar y contar los puntos de la brisca. Me parece mucho más difícil que aprender números y letras y no sé qué técnica usaría exactamente.

No sé si le explica un pajarito a mi padre lo del gorrión del día 1 que dirá. No le parece mal ni le asustará como cuando alguna vez ha pensado que yo tenía un sentimiento religioso. En lo de los pajaritos creemos todos y cuando menos nos da para pensar en la yaya, su pequeña silla trenzada para llegara a todas partes, en su grito de tuba-tuba-tuba a todos los perros, la brisca, el llamarle “muy licenciado” a mi padre que es un listillo, y la palabra cascarrias.

De cuando salió de Almedina (Ciudad Real) a cuando llegó a l’Hospitalet eran casi dos países extranjeros, pero de entonces a su muerte ya son 2 Españas oceánicas y a día de hoy ni casi siderales. Ni siquiera sé qué pensaría de que yo ahora juegue a esto de encontrar sentido mágico a las cosas que me han ido a la contra pero a las que encuentro sitio, ella que era tan religiosa, de luto siempre aunque no negro del todo, ni mucho menos con pañuelo en la cabeza como menudeaban alrededor de la iglesia de Nuestra Señora de la Luz, justo al lado de los bloques de los trabajadores de la FECSA. Allí donde hice mi primera comunión.

Del ateísmo de mi padre a la puridad para las cosas de la religión de mi abuela, que discutía con la fotógrafa porque quería que yo cogiese el relicario en las fotos para el recuerdo de esa comunión, y para la artista bastaba con ponerlo por encima de mis manos que quedaba más bonito. Debate de ritos y artes, aunque lo más memorable de aquella fotos sea mi rostro a lo Antonio Machín y cuello blanco al intentar disimular las quemaduras que ha se han ido diluyendo con la edad.


Ritos, búsquedas de sentido a tan largos viajes o simple magia sobre todo lo que no sabemos pero que necesitamos ordenar en busca de seguridad, más en estos días que nos ayudan a unir dos mundos entre tantos mundos.

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