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martes, 2 de junio de 2020

Croquetas comunes

Será porque no quería volver a escribir otra maldita columna sobre el coronavirus, será porque volveremos a cierta normalidad tarde o temprano o precisamente porque más que nunca en situaciones críticas, cuando hay problemas, la organización es más necesaria. Si todo fuese perfecto y bien, ¿para que las organizaciones de la izquierda? ¿Y para qué la izquierda sin alegrías familiares? Será ya por tanto el tiempo confinados y el sentido del tiempo que se me acaba llevando la razón, y confundo los términos.
Ahora parece que somos pocos los que nos dedicamos a hacer un caldo como dios manda, con una olla exprés, encargando que el pollero nos haga una apaño para el caldo o comprando un pollo entero y pidiendo que nos separen las carcasa y nos añadan un poco de gallina o pavo. Requiere cierta organización, y si se hacen las cosas bien comprar las hierbas en una verdulería: puerros, ramas de apio, chirivía, nabo y un par de zanahorias. Cebolla y patata. Así se construyó el movimiento comunista, con restos de serie, con carcasas y restos viejos, algún apunte interesante como el puerro, o cosas a las que otros no verían valor como el nabo y la chirivía. O la imaginación para poner un trozo de col. No debía faltar la predisposición de pensamiento para poner el día antes unos garbanzos en remojo y la paciencia para ponerlos ya con el agua caliente, no de primeras.
Como el comunismo en España, el disfrutar de un caldo en sopa y sus carnes al lado, sus verduras y garbanzos, ahora son lujos de pobres pero con tiempo, pero antaño nos dieron de comer y hablar mucho. Todo el mundo celebra estas sopas y cocidos pero luego pocos tienen la perseverancia y el pensamiento y el programa para hacer ese caldo para todos, con sabores juntados y con partes todavía visibles que hacen toda una comida para celebrar. Es más fácil tirar de un bote natural de caldo y garbanzo con letreros de casero o de la abuela o de tu madre, más casero del súper que el tuyo que te debió enseñar tu madre.
Parecía que nos íbamos a quedar con la contundencia requerida, pero suerte tuvimos de llegar a la sopa que era Izquierda Unida con lo que había quedado de caldo comunista y unos pocos garbanzos bien preparados a los que algunos pudimos aportar fideos de mayor o menor tamaño. Y comimos los que queríamos comer ahí para poder construir comidas lo más amplias posibles, sencillas pero para todos y más en aquel invierno tan largo. Pero entonces ya andaba todo el mundo comiendo de restaurante y cuando parecía que nuestra sopa daría para mucho, el gusto era otro, menos carne y quizás verduras más nobles que las que podíamos aportar aquellos que venían de infancias de bote y tetrabrik. Donde importaba más la presentación y el propio autobombo que el interior alimenticio. Los tiempos lo son todo.
Pero aun así, pensaba que esta vez finalmente tenía un plato para presentar que viniese bien al gusto popular. Las croquetas no podían fallar, requieren coger lo que nos queda de haber hecho el caldo, cierto método y paciencia. Y estábamos en tiempos de la moda del tapeo, entonces. Estaba dispuesto a seguir los pasos porque creo poseer la paciencia necesaria y las indicaciones de mis mayores y otros amores. Con lo que nos queda de haber hecho aquellos viejos caldos, no valen las trampas porque el sabor es otro, hay que sofreír una cebolla con sal y aceite, mi mujer dice que incluso alguna otra verdura que nos venga bien. Mientras se hace con paciencia, troceo pequeñito las carnes que nos quedaron y yo, incluso las verduras. Reconozco que la chirivía y el nabo no. Cuando el primer sofrito está hecho añado todo ese troceado, lo mezclo un poco, que se conozcan y se confundan, que se den a los nuevos componentes sus sabores, la cebolla siempre ayuda a ligar. Hasta que me decido a dejar un vacío en la mitad y echo un par de cucharadas de harina para que se tueste. Un poco de pimienta, un poco de orégano quizás. Y podemos empezar a echar un poco de caldo y mover, e ir echando leche, poco a poco, de un vaso largo, bien largo. Y rallar media nuez moscada. Siempre habrá de los que puedan aportar por sus familias ralladura de trufa, lo reconozco, le da un toque pero claro se necesita de esas familias.
Aquí es parte de la gracia, la paciencia y el tiempo de mover, y mover, continuando echando poco a poco la leche, y mover hasta que todo haya ligado. En esas estábamos para ir tejiendo la masa para construir, en España Unidas Podemos y en Cataluña En Comú Podem. Aquí nos pillan todas las movidas con la masa por hacer e incluso por saber qué plato queremos cocinar. Pero parecía que íbamos a ir construyendo esa masa, como en el resto de España, pero nos va a volver a coger el hambre a riesgo de perder el gusto.
Si la masa está bien ligada, cuando está ya toda junta y con el fuego fuerte, tiene la imagen de la lava. Es el momento de parar, esperar que enfríe lo suficiente para meterla en la nevera. No se lleven a engaño los agoreros, es un paso necesario para consolidar la masa y hacerla más fácil de trabajar en el siguiente paso. Es el momento de crear las croquetas y comprobar si hicimos bien la masa el día anterior. Si tenemos éxito son siempre populares en nuestro tiempo y nos sirven muy dignamente para darle una nueva vida a lo que nos queda después de todos los pasos desde aquel caldo.
Ahora es el tiempo de darle los últimos impulsos a nuestro nuevo plato, necesitamos reactivar la masa de las confluencias, confiando que ya hayamos dado calor y movimiento, y movimiento y movimiento, y pasar al penúltimo paso para darles la forma a mano, para hacerlas diversas con huevo y pan rallado. Tenemos que darle un banquete a la gente que confía en nosotros y volver a nuestro sabor popular, aunque acompañados de algún otro plato, no nos queda más remedio y a veces hasta el gusto lo agradece. Nos están esperando ahora más que nunca y porque la comanda nos la hicieron hace tiempo.

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