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viernes, 18 de mayo de 2018

El Oficinista: las pequeñas viejas victorias.

Él: El oficinista.

Mira Cruz, te aprecio, pero todo no puede ser tan negro, ni de lo entonces, ni lo de ahora. Será que trabajar desde las alturas de Barcelona me da la sensación de triunfador como dices y que quizás ya no sepa quién soy. Pero mira, desde mi mesa, además de ver media Barcelona y parte el inicio del Bajo Baix Llobregat, un auténtico lujo, veo esos edificios de ahí, los que están justo al lado del dragón y enfrente del polideportivo. No sé si te he dicho demasiado que en su construcción trabajó mi padre cuando no haría mucho que habría llegado del pueblo, casi mata a un hombre por accidente, no sabe cómo pero le dio a un hierro que cayó por el hueco del ascensor y había un compañero dentro de él. El hierro caía y caía directo y en los últimos metros golpeó con suerte inesperada contras la pared y se desvió el golpe mortal.

No sé por qué lo inmigrantes comienzan casi siempre por trabajar en la construcción, como si todos supiésemos construir y no requiriese aprendizaje; pues sí construir requiere aprender. Juntar materiales es otra cosa.
Te decía que mi padre, ahora jubilado de la SEAT y abuelo forofo, me llamó antes del verano, ya sabes, que a mi madre se le iba la cabeza y no podría llevar a sus dos nietas al colegio. No hice nada como hijo, como me pedía, sólo hice de padre. Se llevó a mi madre al ambulatorio y de ahí al hospital de Bellvitge. Me fui alternando con mi hermano en las noches, mientras mi padre estaba por el día. Mi madre salvada por la sanidad pública y profesional, y no por una paliativa de monjitas hermanitas caritativas sufragada con donaciones.
Allí, desde la ventana de aquella planta del hospital desde dónde se puede ver el Oncológico y las cocheras del metro que además te llevan hasta a la parada de Hospital de Bellvitge, del que también podía ver como salían enfermos, familiares, estudiantes y despistados. Fui cada día en metro y pensaba en qué quería olvidar mi madre y si no serían las vicisitudes que se habían pasado para llegar a tener allí la parada de metro que me llevaba desde Sants a aquel hospital de l’Hospitalet que le había salvado la vida a mi padre varias veces y ahora por primera vez a ella.
¿Cómo valoro eso? ¿Qué mi madre siga viva? ¿Clase popular, clase obrera, los de abajo? Pero que a mi madre no le vengas con eso ni con que hace prosa. ¿Y la educación que tengo? Que me han dado, que me hace mirar lo que es trabajar en la construcción con cierta distancia y poder hacer papeles para los míos y explicarles qué dicen los médicos.
Soy mi educación, la instrucción pública y el ejemplo familiar.  
No me pongas esa cara mujer.

Ella: Cruz.

¿Qué cara quieres que te ponga? El enfado es revolucionario. No sé si para hacerla para salvar los mínimos derechos para todos, o para salvar las victorias parciales, como victorias y no como derrotas totales. A mí me parece que hablas no sé si como relato o como marketing.

Publicado en Debate Callejero 23/02/2018.

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